De nuevo he visto que alguien ha compartido una entrada en Facebbok de Javier Prieto Gallego, escritor, periodista y fotógrafo independiente, colaborador habitual del periódico El Norte de Castilla, cuyos trabajos han aparecido en revistas como Interviú o en dominicales como El Magazine del periódico El Mundo o el suplemento El Viajero de El País. En esta ocasión nos habla en su blog "Siempre de paso"del Convento de la Hoz: "y a la vista de la maravilla natural que aquí conforman los cañones del Duratón, vivir dentro de ellos debía ser como habitar en el propio regazo de Dios".
Benditas Hoces. El convento de la Hoz, ruinas y abandono en lo más profundo del cañón del Duratón
Para visitar las ruinas esqueléticas del convento de Nuestra Señora de los Ángeles de la Hoz, que aún perduran en el meandro más pronunciado de todos los cañones del Duratón, en los alrededores de Sebúlcor, han de darse varias circunstancias. La más importante es estar fuera de la época en que las parejas de buitre leonado sacan adelante a sus proles. Es decir, entre el 1 de enero y el 31 de julio. La segunda es que el caudal del Duratón vaya lo suficientemente mermado como para que pueda transitarse por la orilla del río. La tercera es no tener un excesivo temor a que en cualquier momento se desgarre algún pedruscón de los acantilados que rodean el convento y venga a caer desde lo alto justo en el sitio en el que uno esté. Esta última circunstancia, imprevisible pero posible y real, ha estado igualmente vigente a lo largo de los 700 años en los que el convento estuvo habitado por frailes franciscanos. De hecho, no fue óbice para que, según las crónicas, personajes de la talla de Felipe II o Isabel la Católica llegaran a visitarlo. En todo caso, si cualquiera de estas condiciones impide culebrear por entre los despojos de este espectacular enclave siempre queda la opción de contemplarlo desde el mirador ubicado en lo alto del farallón. A vista de buitre, que en estos lares es lo suyo.
Pero la buena noticia es que ahora los polluelos de leonado ya van camino de la adolescencia y es posible -asegúrate antes de acercarte- que el Duratón corra ya tan mermado que, en algunos recodos, sea un puro cenagal. Así que si uno no es demasiado timorato puede ser un buen momento para llegarse hasta este rincón tan perdido de la mano de Dios como espectacular y misterioso. Y espuela para la tristeza que nace de ver cómo un patrimonio tan valioso, por su ubicación y por su historia, se deshace como azucarillo en leche caliente: un par decenios más y las lagartijas no tendrán ni donde practicar la escalada.
Aunque siempre es posible que los buitres leonados se hayan ido transmitiendo de generación en generación el cuento de cómo llegó a fundarse un convento de franciscanos en lo más hondo de un cañón con paredes vértigo, sobre un espolón rocoso que el Duratón rodea casi por completo. Y cómo fue adquiriendo, poco a poco, el aspecto de un barco tan aislado del mundo que apenas se podía alcanzar por un par de senderos escabrosos. Y cómo los frailes escuchaban el rugir del río, a veces fiero y terrible, desde las ventanas de sus celdas, que se abrían directamente sobre los abismos que rodeaba la corriente. Y cómo llegó aquí a fundarse, en 1680, el primer colegio de misioneros de España. Y cómo a aquel lugar, habitado y vivido durante siete siglos, le llegó un día su hora. Y por decreto fue vaciado, vendido y despojado. Y sus piedras comenzaron a desmoronarse hasta que sólo quedó en pie un débil esqueleto. El esqueleto correoso y evocador que sobrevuelan si cesar los buitres leonados del Duratón.
Sí está documentado que la fundación del convento debió de producirse en el año 1231. Y que la elección de un lugar tan arriscado y poco propicio para construir nada debió de estar relacionada con la existencia allí de una ermita anterior y del descubrimiento en ese preciso lugar de una talla de la Virgen de los Ángeles 400 años después de que San Frutos la hubiera escondido ahí para evitar que cayera en manos de los bárbaros invasores.
A quien se pasee por los alrededores y luego descienda al fondo del cañón le asaltará enseguida la intriga de cómo es posible que, entre semejantes pedregales y arenales, pueda prosperar una comunidad de hombres, por pequeña y austera que sea. Sobre todo si a uno le viene a la memoria la visión de otros monasterios rodeados de fértiles campos que fueron ampliando propiedades y terrenos al mismo trote que acumulaban riquezas y elevaban los techos de sus iglesias. Así que vale hacer hincapié, a la vista de lo que se ve, que los de la Hoz eran monjes franciscanos que sustentaban sus fraternidades en el voto de pobreza y veían en la naturaleza una directa manifestación de Dios. Estos del Duratón conseguían salir adelante con las limosnas de los devotos, los patronos, las huertecillas que les cabían entre las paredes del cañón y los peces que, a buen seguro, serían capaces de pescar desde las propias ventanas del convento. Y a la vista de la maravilla natural que aquí conforman los cañones del Duratón, vivir dentro de ellos debía ser como habitar en el propio regazo de Dios.
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