El artículo dice así:
Me envía un amigo un suelto muy sustancioso para que le publique en el Diario de Avisos, lamentándose de la favorable acogida que en los pueblos de Aldeonsancho, Sebúlcor, Fuenterrebollo y algunos otros, han dispensado a un famoso saludador que curaba toda clase de enfermedades, por procedimientos modernistas, de los que a ustedes y a mi nos libre Dios.
El suelto resulta impublicable porque, aun cuando yo quisiera suavizar conceptos y echar un velo pudoroso sobre ciertas palabras, empleando toda clase de rodeos y de eufemismos, quedaría muy transparente lo ocurrido y tampoco podría publicarse el suelto en cuestión.
Y el caso es que me quedo con muchas ganas de consignar, para escarmiento de incautos, los procedimientos curativos de aquel saludador a quien en alguno de los citados pueblos pretendieran apalear, pero ¡ay! ya demasiado tarde.
La lección para las que buscaban la salud en manos del endiablado saludador, ha resultado demasiado dura, alcanzando los perniciosos efectos de los medicamentos empleados de la paciente...
¡Digno castigo a la candidez inconcebible de los que aún creen en saludadores y en acariciadores, porque hasta ese extremo llega la perfección en el gremio!
Y el que quiera saber más que me lo pregunte y se lo diré muy callandito y echando mano de todos los eufemismos que encuentre en mi escaso repertorio.
Y si me lo pregunta en la calle ¡ya se necesitan eufemismos para que no se ruboricen los agentes de la policía, que son los funcionarios menos ruborizables!
FUENTE:
BIBLIOTECA VIRTUAL DE PRENSA HISTÓRICA
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