Antes de que mediara el dia, en pleno verano, acuciado por las hambres, el buitre planeo por el caserío desmedrado de Sebúlcor, Un niño de trece meses distraía su tiempo sujeto en un carretón a la sombra de un árbol, en una calle sin concurrencia. La madre, que se afanaba en la casa, ojeaba de vez en cuando los humores del infante. Por los campos en sazón se repartían los vecinos, entregándose a los menesteres de la recolección. Tras observar el terreno y comprobar que las circunstancias eran favorables, el buitre se lanzó en picado sobre el niño. Clavo las curvas y potentes uñas sobre el justillo y emprendió trémulo vuelo hacia el nidal, pues las convulsiones del infante, además de su peso, lo hacían zarandearse. Cuando la madre salió, alertada por los lloros, el ave remontaba el caserío con el niño suspendido en sus garras.
--¡Mi hijo, mi hijo! ¡Que me roban a mi hijo!--gritó la madre desgarrada.
Pero de nada sirvieron los lamentos, las imprecaciones, los lloros y las alarmas.
La madre y alguna vecina vieron como el buitre se alejaba, perdiéndose en el aire, cada vez mas pequeño, mas pequeño.....
Como un ave ligera voló la desgraciada entre las gentes. Antes de que el sol de aquel dia se ocultara, un pastor se presentó en Sebúlcor con el niño dormido en un zurrón.
--Sano te lo entrego por la gracia del anacoreta --dijo el pastor a la madre, que abrazó fuertemente a su hijo contra el pecho.
--Yo mismo se lo rogué cuando el buitre volaba sobre el oratorio --explicó el pastor-- y, en vez de seguir camino del nidal, bajó en vertical y, cuidadosamente, posó la criatura donde tantas veces se había reclinado en vida el santo. Sin un rasguño quedo el niño postrado a la puerta del recinto sagrado. Ante tal suceso le di pan a la rapiña de mi propia mano hasta que sació el hambre. Una hogaza larga consumió el animal. Os aseguro que nunca acarició mi mano pico de rapiña tan domestica y mansurrona.
Extraído del libro de Ignacio Sanz, "Hoces del Duratón"
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