A partir del Domingo de Ramos, todos los días al anochecer acudíamos a la iglesia a rezar el Rosario, y un grupo de chicas cantaba unos cánticos muy propios de esos días de Semana Santa. También hoy se sigue cantando alguno de ellos por un grupo de mujeres.
El Jueves Santo, en misa, se tocaban las campanas, y ya no se volvían a tocar hasta el Domingo de Resurrección. Seguidamente, se colocaba lo que se llamaba el “Monumento”, una forma de escalera donde la gente llevaba velas, que estaban encendidas todo el día. Dos cofrades, pertenecientes a la cofradía de San Sebastián se encargaban de tener cuidado del “Monumento” y eran relevados de hora en hora. Por la tarde, en los oficios, después del “Lavatorio”, las chicas cantaban algunos cánticos, entre ellos los Mandamientos. Seguidamente, se celebraba la procesión alrededor del pueblo; entonces se llamaba y se sigue llamando la “Carrera”, y era cantada por dos grupos de chicos, alternándose primero el uno y luego el otro. También hoy se canta. Al anochecer, acudíamos a la iglesia al sermón que nos decía desde el púlpito D. Bonifacio, el cura que había entonces. Si bien todos los años era lo mismo, hoy lo recordamos los que vivíamos hace 50 años como una cosa curiosa.
El Viernes Santo, la procesión del Entierro, también por la noche y alrededor del pueblo, la cantaban dos grupos de chicas, que al ser nocturna iban con faroles (las imágenes que se sacaban los días de Jueves Santo y Viernes Santo eran el Cristo que ahora está clavado en una pared de la iglesia y la Dolorosa). Seguidamente el sermón desde el púlpito que nos decía D. Bonifacio.
El Sábado de Gloria era el bautizo del Cirio Pascual, y luego la bendición del agua, pues era costumbre llevar algo de agua para casa, porque decían que era bueno regar la casa con ella para ahuyentar los malos espíritus.
El Domingo de Resurrección había que madrugar para sacar al niño en procesión. Ésta se celebraba (después de dar la bienvenida al cura, a las autoridades, y también al sacristán), primero alrededor de la iglesia, para juntarse la Virgen y el Niño en la Cruz, y después por la carretera. Por la tarde, en el Rosario, se cantaban las “Quince rosas”.
El Lunes de Pascua, que era día de fiesta, después de misa, D. Bonifacio con el sacristán y los monaguillos recorrían todas las casas del pueblo, recogiendo lo que llamaban las “cédulas”, que era un pequeño papel que daban cuando se celebraban las confesiones durante la Cuaresma; y a la vez recibían alguna gratificación de parte de los habitantes de cada casa.
Esto es, más o menos, lo que era la Semana Santa en los años cincuenta.
Firmado:
Un Hijo de Sebúlcor.
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