El número de centenarios en Segovia se multiplica por tres en las últimas dos décadas. «Me parece mentira. Gracias a Dios no tengo dolores, no salgo de casa y me aburro», comenta Serviliana, que cumplirá los 100 en abril.
Felisa y Serviliana son las reinas de su casa. Siempre lo fueron, aunque ahora más, porque sus hijos les adoran y cuidan como auténticas soberanas. Los ‘reinos’ de ambas mujeres están a solo siete kilómetros, la distancia que separa Cabezuela, donde vive Felisa de Frutos Peña desde hace 72 años, y Sebúlcor, el pueblo en el que ha residido casi toda la vida Serviliana Martín Domingo, aunque ella, según recalca, nació en Marazuela. Segovianas y casi vecinas, ambas comparten una longevidad inusual. Felisa cumplirá 103 años el 23 de marzo y Serviliana entrará muy pronto en el exclusivo club de las personas centenarias. Cumplirá los 100 años el 20 de abril. Son dos de las 93 personas «con 100 años y más» que residen en Segovia —según el último padrón del INE— 77 de ellas mujeres.
En España se envejece más y se muere más tarde; también en Segovia donde el número de personas centenarias se han multiplicado casi por tres en las últimas dos décadas.
Fueron unos investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo (Suecia) quienes identificaron los factores del aumento de la longevidad humana, entre ellos, el seguir una dieta equilibrada y mantener una actividad física regular. A los buenos hábitos, cabe añadir el equilibrio entre factores genéticos y ambientales, esto es, que la ‘epigenética’ permita que los genes funcionen correctamente y no causan enfermedades.
Todo ha confluido en Felisa y Serviliana que siempre gozaron de una salud robusta y apenas tuvieron que visitar a los médicos. Conocieron de jóvenes el duro trabajo del campo; su vida siempre se desarrolló en el medio rural, en unos pueblos que nunca abandonaron; y ambas, según confiesan sus hijos, fueron mujeres inquietas y activas, incluso siendo octogenerarias. «¿El secreto para llegar a los cien? No lo sé, porque no he hecho más que trabajar», afirma Serviliana, mientras su hijo Francisco García le apostilla: «también la buena alimentación y el aire del pueblo ¿O no madre?».
Hijos y nietos de Felisa y Serviliana no tienen duda de que su longevidad responde a factores genéticos. Lo cuenta Pedro, hijo de la primera. «Su madre murió con 104 años. Su hermana, Benita, tiene 100 años. Otra hermana suya, de padre, murió con 101 años. Un tío mío se murió hace un mes también con 100 años, mi padre llegó a los 98…», comenta Pedro, quien confiesa cómo en Cabezuela todos los vecinos le preguntaban hace años cuál era la alimentación de sus progenitores para alcanzar esa edad.
Francisco también apunta a la ‘extraordinaria’ naturaleza de su madre Serviliana, «que viene de familia». «Todos son longevos. Un hermano de mi madre murió con 98 años; otro también superó los 90 y mi madre tiene otra hermana, de padre, que vive en Santander y ya supera los 92 años».
Mejor en casa. Felisa y Serviliana siguen en sus casas, asistidas por sus familiares, que reciben una pequeña prestación para su cuidado, aunque insuficiente para costear el gasto de una persona que les ayuda. No quieren que las ancianas vayan a una residencia. «No hemos querido llevarla a una residencia. Pero, claro, ya no se puede levantar sola de la cama y ahora tenemos que plantearnos si poner a otra persona más que nos ayude», apunta el hijo de Serviliana.
En la Residencia Mixta, en la capital, hay actualmente dos mujeres de 100 años y una mujer de 99 que alcanzará el centenario en septiembre; mientras que en la Residencia Asistida vive una mujer de 100 años y dos de 99 que alcanzarán la centuria en julio y noviembre.
En la casa de Felisa, en Cabezuela, el calor está muy presente y no solo por el que desprende la chimenea del salón, sino por el cariño, casi reverencial, que le demuestran sus hijos, Felipa Sanz, de 70 años y Pedro Sanz, de 72 años. Con este calorcito no es raro que Felisa, con ropa impecable, esté adormecida, recostada en el sofá. Felipa acaricia el rostro de su madre para espabilarla, algo que, en un momento, le hace brotar el carácter — «¡Quita!», llega a decir.
La hija, soltera, trabajó en el hospital de León durante casi 20 años hasta que regresó a Cabezuela para vivir y cuidar a su madre. Pedro, ingeniero de obras públicas, padre de dos hijas y abuelo de tres nietas, vive en Madrid, aunque acude con frecuencia al pueblo. «Está con nosotras casi todos los días», dice su hermana.
Felipa recibe una prestación económica para afrontar los gastos del cuidado de su madre, totalmente dependiente. Es una ayuda para el cuidado en el entorno familiar, que concede la Junta, en virtud de la Ley de Dependencia; aunque se trata de una cantidad ínfima que no cubre, ni de lejos, los gastos de la chica que ha contratado para que le ayude a levantar, duchar, vestir y acostar a su madre Felisa, que ya solo puede moverse en silla de ruedas.
Además de Pedro, la hija también ha encontrado el apoyo y ayuda de sus vecinos, de Justa y Paca, y de Miguel y Aurora, padres de Lorena Calvo, trabajadora social de la Diputación Provincial. Felipa «está volcada al cien por cien con su madre. No tiene tiempo de respiro. Es admirable. ¡Tienes que cuidarte tu también!», le aconseja Lorena. «Para mí —responde la hija de Felisa—no es sacrificio, al contrario, yo quiero estar con ella».
«Nunca enfermó». Felipa y Pedro no dejan de hablarle a su madre, elevando el tono de voz, a veces también cerca del oído, por aquello del déficit auditivo, a lo que une las dificultades de visión. «Hasta hace poco hasta jugaba a las cartas y hacía ganchillo. Me pide todos los días aguja y ganchillo, pero es que ya no puede, no ve casi nada», explica la hija, que no recuerda que su madre haya enfermado nunca, «salvo cuando nací yo, que estuvimos a punto de morir las dos». Coqueta, siempre le gustó ir «bien arreglada» y hasta hace muy poco, explican sus hijos, su madre llevaba las uñas pintadas.
Felisa, con voz débil, logra explicar que nació en 1917 y que era natural de Valtiendas. Su hija Felipa recuerda que Felisa siempre contaba cómo conoció al que sería su padre, el señor Joaquín, natural de Cabezuela, en un baile en la plaza de Valtiendas, a donde acudió acompañado por el señor Mauricio. Al poco tiempo se casaron, ella con 30 años y él con 33 y el matrimonio se trasladó a Cabezuela, donde ella trabajó como ama de casa y él en las tareas del campo. Felipa cuenta que su madre mantiene una lucidez sorprendente. «Si se entera de algo, de algún problema, se queda toda la noche pensándolo y me pregunta», afirma.
«Está hecha un bombón. Sacadla una foto que está guapísima», suelta Pedro, vivo retrato de su madre, quien, pese a estar a punto de cumplir los 103 años, «come bien», aunque todas las comidas tienen que ir en puré. Por la mañana, el café, con leche, es acompañado por seis galletas y, a media tarde, siempre toma un yogurt. «¡Es tanto lo que se quiere a una madre!», dice Felipa, que no puede evitar unas lágrimas, mientras fija su mirada en su madre, ya más espabilada.
En Sebúlcor vive Serviliana. «Estos señores han venido a hacerte una entrevista», le dice su hijo Francisco, mientras su madre llega caminando, despacio, ayudada por la mujer que trabaja interna en la casa, de lunes a viernes, porque los fines de semana son sus hijos, que viven en Madrid, quienes se encargan de su cuidado. «¿Me dejan que me siente?», dice, educada, Serviliana, que demuestra una lucidez asombrosa. Cumplirá los 100 en abril y la primera pregunta es sobre su aparente buen estado de salud. «Bueno, dentro de lo que cabe… gracias a Dios no tengo dolores, pero ya no me sujetan las piernas», dice la mujer, que, al poco tiempo, confiesa cómo su pesar es que «siempre hago lo mismo, ya no puedo salir [de casa] y aunque la tele distrae, pues me aburro».
«Aunque he vivido en Sebúlcor soy de Marazuela, ¿lo conoce usted? Es un pueblo pequeño. Luego me casé y he vivido donde le destinaban a mi marido. Era guarda forestal. Estuvimos una temporada en una casa cerca de Cuéllar y luego aquí». Serviliana, madre de cinco hijos —el mayor falleció hace once años— también trabajó en el campo «segando, trillando… era muy duro, nadie sabe lo que he pasado, porque ya no hace tanto frío como antes».
La mujer admite, con voz débil, que «siempre he tenido buena salud» y confiesa que al médico ha ido en su vida «pocas veces»; al tiempo que subraya que «mis hijos se han criado bien también, todos han salido hacia adelante y con sus estudios (…) Mis hijos me quieren. Y creo que también quienes me conocen, porque no que creo que haya hecho mal a nadie».
«¿Qué le pasa a uno por la cabeza cuando está a punto de cumplir cien años?», le preguntamos. «¡Madre mía! —responde—, a mí me parece mentira, porque me quedé sin madre a los tres años y una madre lo tapa todo». «Eso lo tiene grabado», interrumpe su hijo Francisco, que recuerda como su madre siempre fue muy activa, «de no parar en casa». Recuerda que pese a que él y sus hermanos se marcharon a trabajar y vivir a Madrid, venían con cierta frecuencia a ver su madre. «Cuando era más joven, aunque ya octogenaria, hace 20 años, solo quería saber los que veníamos a comer. Ella se encargaba de hacer toda la comida.. y de hacer dulces para sus nietos».
Famosa en la familia por su buen hacer en la cocina, sus bollos, exquisitas lentejas y todos los productos de la ‘matanza’, Serviliana echa de menos su trabajo entre los fogones. «No puedo hacer ya nada. No me aguantan las piernas». Este ‘don’ para la cocina le lleva a contar una anécdota. «Fíjese, cuando venían los hijos y los nietos, se bajaban del coche y entraban corriendo. ¿sabe dónde iban? ¡A la cocina! ¡A buscar las rosquillas y los bollos! Luego ya me daban besos», apunta la mujer, que suma 10 nietos, 9 biznietos «y uno más en camino».
Serviliana, que quedó viuda hace nueve años —su marido falleció con 95 años— padece la enfermedad de los ‘huesos de cristal’, lo que le impide sujetar nada con las manos, mientras que «ha perdido fuerza en las piernas porque hasta hace poco podías salir con ella a dar un paseo», comenta su hijo.
También ha perdido un poco de apetito. «Pues como regular —dice—pero, claro, se me van quitando un poco las ganas. ¡Es que son muchos años! Se pierde todo, hasta el apetito». Además de una excelente cocinera, Serviliana tenía una gran habilidad para el ganchillo y durante muchos años suministró de mantelería y prendas a toda la familia.
El cumpleaños de Serviliana se celebrará «por todo lo alto» en Sebúlcor, en un local cedido por el ayuntamiento «a los hijos del pueblo». Serán unos 35 comensales, la cifra que en torno «a la abuela» siempre se reunieron en Navidades.
FUENTE:
EL DÍA DE SEGOVIA
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